¿Cuántas veces al día nos detenemos a pensar para tomar una decisión?, la mayoría de las acciones que realizamos las hacemos casi de modo automático, esto debido a que nuestro cerebro nos facilita el trabajo, memorizando y programando esas pequeñas decisiones que tomamos diariamente, convirtiéndolas en hábitos. La importancia de ellos radica en ahorrarnos tiempo y energía, ya que al sistematizar esas acciones que hacemos a diario, nos podemos enfocar en otras tareas más complejas que requieran mayor atención.
Nuestra vida está constituida por muchos hábitos, estos van desde acciones simples como tender la cama cuando nos despertamos, hasta tomarnos el tiempo de leer a diario. Esto resulta muy interesante debido a que es posible prácticamente programar nuestras acciones, lo que puede resultar muy poderoso, debido a que si nos proponemos cultivar tareas que contribuyan con nuestros objetivos, podemos trazarnos un camino favorable. Sin embargo, esta premisa también puede ser utilizada en nuestra contra, debido a que es muy probable que sin darnos cuenta, estemos creando patrones de conducta que no nos beneficien en el logro de nuestros objetivos.
Por ejemplo, hay un hábito que estoy trabajando cambiar, y es que deseo despertarme temprano, el problema es dejar de presionar el botón de posponer el despertador, para mí es normal programar hasta cinco alarmas para levantarme por las mañanas y como resultado me despierto molesto y agotado, además pierdo aproximadamente media hora de la mañana posponiéndolas. Entonces mi primera solución a ese problema fue colocar solo una, sin embargo, ahora resulta que ni la escucho y sigo durmiendo de largo.
Por ello me cuestioné si tenía que volver a colocar varias alarmas, pero evidentemente no era la solución, dado que ese era el problema inicial. De esta manera, me senté a pensar qué podía hacer para mejorar la situación y creo haber encontrado la raíz del problema, me estaba durmiendo tarde, por ende mi cuerpo no estaba descansando y cuando el despertador sonaba, quería seguir acostado. Entonces, cuando comencé a acostarme temprano, la única alarma que colocaba era suficiente e incluso ahora me sentía más enérgico al despertar
Este ejemplo permite hacernos una idea de cómo adoptamos hábitos y que con esfuerzo pueden modificarse, así como lo importante que es identificarlos y empezar a tomar acciones para lograr cambiarlos, quizás a veces debemos ver un poco más allá para reconocer cuál es el verdadero problema y luego de hacerlo, atacarlos. Además representa la premisa de cómo pequeñas acciones se convierten en hábitos debido a la frecuencia en que actuamos de una manera determinada.
Por lo tanto, desde el primer momento de la mañana, puede que la acción que llevemos a cabo ya se haya convertido en un hábito, ver el celular apenas nos despertamos, cepillarnos los dientes, arreglar la cama, tomar café, fumar un cigarrillo, etc. Consecuentemente, la naturaleza de dichas experiencias puede que resulten beneficiosas o perjudiciales.
Entonces, para considerar si un hábito es bueno o malo debemos tener en cuenta si este nos ayuda o no, a lograr nuestros propósitos. Por ejemplo, para mi es habitual trabajar bajo una presión innecesaria, suelo esperar hasta el último día de la fecha de entrega para realizar las tareas, el problema es cuando el tiempo no es suficiente y la calidad del trabajo se ve afectada por no poder enfocarme en los detalles necesarios. Ese es un hábito que considero que debo cambiar porque me afecta en el alcance de mis objetivos.
Pero cambiar los hábitos no es algo tan sencillo, requiere de tiempo y esfuerzo para mejorar, recuerden que muchos de ellos los hemos ido construyendo durante años por lo que están muy afianzados en nosotros
El poder de los hábitos
De esta manera, recomiendo el libro de Charles Duhigg “El poder de los hábitos”, en el que los define excelentemente y explica cómo es su proceso de creación, lo que nos puede ayudar a comprenderlos y como resultado puede ser más fácil modificarlos. Citando textualmente al autor: “no puedes extinguir un mal hábito, sólo puedes cambiarlo”.
Autor: Ángel León